?Al Cielo Por Los Diez Mandamientos?-Capitulo 2

By: Carlos Tomas Knott; ©2000
This article deals with the first five commandments, which emphasize our responsibility toward God. The author looks at what it would mean for a person to try and keep them all perfectly. God’s Law, correctly used, does nothing to exalt or console people; on the contrary, its lawful use is to show our need for a Savior. Those who understand the Law, instead of trying harder to be good or practice the religion of their choice, will confess their sinful condition and need of a Savior.

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¿Al Cielo Por Los Diez Mandamientos?-Capítulo 2

Vinimos diciendo en el artículo anterior que los que profesan ganarse el cielo en parte o enteramente por los Diez Mandamientos, tienen problemas. Primero, hay que saber cuáles son estos mandamientos, y la Iglesia Católica falla en esto, como hemos documentado. Luego, otro problema es que la Ley de Dios, los Diez Mandamientos, es como una cadena de diez eslabones, siendo cada mandamiento un eslabón por decirlo así. Con un eslabón roto, se rompe la cadena, y así pasa con los que profesan guardar la ley. Nos explicamos: si uno no los guarda siempre y enteramente, sin fallar siquiera una vez, entonces ha roto la Ley. Nadie puede “medio romper” ni “medio guardar” la Ley. Vamos a repasar los Diez Mandamientos en los siguientes párrafos, para ver cómo le va a usted eso de guardarlos.

===1. No tendrás dioses ajenos.===Dios debe ocupar siempre el primer y único lugar en su corazón, de forma absoluta. Él exige una lealtad exclusiva, y además, exige amor: “Amarás a Dios sobre todas las cosas” dice el catecismo. Dios puede demandar esto, porque Él es Dios, nuestro Creador y Sustentador. En S. Marcos 12:30, el Señor Jesucristo afirmó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Se dice muy rápido, pero esta palabra “toda”, ¿ha pensado mucho en lo que significa? Este Dios único, verdadero y viviente, que se revela en la Sagrada Biblia y en la Persona del Señor Jesucristo, ¿ocupa el lugar exclusivo en el corazón y la vida de usted? ¿Ha puesto a la familia, las vacaciones, la diversión, el trabajo, la carrera, la libreta, las posesiones, los deportes, o cosas así por encima de la búsqueda de Dios y la comunión con Él? ¿Encuentra su placer en Dios, o en cosas y actividades? El domingo, que es día del Señor, por ejemplo: ¿hace usted culto a la cama y luego al kiosco o al bar de copas, al vermouth y al vídeo, o busca comunión con Dios a través de la lectura bíblica, la oración y la adoración? ¿Ha puesto la novia o el novio antes que a Dios? ¿Ha creído en un dios o dioses (o poderes) que la Biblia declara ser falsos, por ejemplo, el hinduísmo (incluso el yoga, que es parte de la religión hindú), el budismo, la fuerza de la nueva era, la reencarnación, los espíritus o el ocultismo? Eso es tener dioses ajenos, y sin ir más lejos, si ha hecho algo de eso siquiera una vez en su vida, ya ha roto los Diez Mandamientos. Aún sin usar imágenes, ¿ha rezado a algún ángel o santo, buscando ayuda o favores de los que no son Dios, como si tuviesen poder para ayudarle? Cuando uno atribuye a otros seres creados, o busca de ellos lo que sólo Dios puede hacer, eso es tener dioses ajenos, ocupando el lugar en la vida que solamente Dios debería ocupar, y que Dios rehúsa compartir con nadie. Si usted ha hecho o practicado alguna de estas cosas, entonces, lamento decirle que ha roto los Diez Mandamientos, y es culpable.

2. No te harás imagen, ni semejanza alguna-(l mandamiento invisible)

Eso es todo uso de iconos, imágenes, esculturas de barro, piedra, madera, metal, u otro material. Está tajantemente prohibido. Además del texto previamente citado de Éxodo 20, está Deuteronomio 4:15-18, que dice así:

“Puesto que el día en que os habló Yavé de enmedio del fuego, en Horeb, no visteis figura alguna, guardaos bien de corromperos haciéndoos imagen alguna tallada, ni de hombre ni de mujer, ni de animal ninguno de cuantos viven sobre la tierra, ni de ave que vuela en el cielo, ni de animal que repta sobre la tierra, ni de cuantos peces viven en el agua, debajo de la tierra” (Nácar-Colunga).

En seguida pensamos en los hindúes con sus ídolos, figuras de ratas, elefantes, vacas sagradas, y los sacrificios de flores y comida que les ponen delante. O quizás pensemos más bien en alguna tribu en África, o en una isla del Océano Pacífico donde adoran imágenes como muñecas de apariencia fea o extraña, o quizás los aztecas, mayas o incas con sus imágenes del sol, y cosas por el estilo. Pero no hay que ir tan lejos. ¿Ha visto usted cómo emplean imágenes de un cordero para representar a Jesucristo, o una paloma para representar al Espíritu Santo, imágenes o iconos de vírgenes, ángeles y de santos? ¿Ha visto en la catedral de San Pedro en el Vaticano, el símbolo del sol y aquel ojo en el retablo sobre el altar? ¿Y qué se hace además de rezarles? ¿No las llevan a cuestas en procesiones religiosas, porque tienen pies pero no pueden andar? ¿No le presentan ofrendas, como por ejemplo al patrón de un pueblo en el día de su fiesta? Claro que sí, y aunque uno dé explicaciones largas de las costumbres y la cultura, a fin de cuentas es exactamente lo que Dios prohíbe: hacer imágenes, inclinarse delante de ellas y rendirles culto. Todo eso es romper el segundo mandamiento. Si la tradición rompe los mandamientos de Dios, es tradición pecaminosa y los hombres deben arrepentirse de ella si realmente quieren agradar a Dios. Entonces, si es así el asunto, uno pregunta, ¿por qué la gente insiste en hacer estas cosas? No son simplemente costumbres o tradiciones inocentes y sin importancia, como algunos alegan. No, al contrario, el pueblo lo hace porque espera ser protegido, bendecido o de alguna manera tener suerte por eso. ¿Acaso pone alguien un San Pancracio en su tienda porque sí? ¿Y el San Cristobal en los coches? Aunque la Iglesia lo retiró, el pueblo no, debido a su superstición y su postura aferrada a sus tradiciones. ¿Nadie hace reverencia ante el crucifijo, o ante el Niño Jesús, o el Belén en Navidad? ¿No ha visto a nadie llevar estampas de santos o vírgenes, y colocarlas en exámenes para aprobarlos? ¿No dicen algunos estudiantes: “Santa Rita, Rita, Rita, lo que da, nadie quita”? Y con algunos se presenta la escena absurda de la chuleta empleada en el examen, y la estampa colocada en los papeles al final, ¡por si a caso! ¿No has oído de las mujeres mexicanas que guardan y veneran las tortas de harina porque dicen que milagrosamente aparece el rostro de Cristo allí? ¿¿¿Santo Cristo de la torta??? Dicen que no cambiarán, que es parte de su fe, pero Dios dice que es pecado, no fe, y las imágenes le son abominables. ¿Cómo puede una abominación ayudarnos a acercarnos a Dios? ¡Qué ridículo! Todo este uso de imágenes, claro, supone una gran fuente de ingresos para la Iglesia y los suyos, los “hacedores de templecillos” como en los días de los apóstoles, que hacían miniaturas del templo de Diana de los efesios, y de la misma diosa Diana. Estas cosas no tienen fondo bíblico ni apostólico, sino pagano, pero el revisionismo hecho en la historia ha procurado mantener al pueblo ignorante de estas verdades, quizás en parte por la cuenta que les trae. Todo este uso de imágenes quebranta el segundo mandamiento: “No te harás esculturas ni imagen alguna… No te postrarás ante ellas, y no las servirás” (Éxodo 20:4-5 Nácar-Colunga).

Aunque el uso de imágenes no es apostólico en absoluto, sí que es romano, porque ¿qué sería la Iglesia Católica Romana sin imágenes? Su religión depende mucho de lo audio-visual, que apela a los cinco sentidos y los agrada. No es espiritual, no adora al Padre “en espíritu y en verdad”, aunque el Señor Jesucristo dijo claramente: “tales son los adoradores que el Padre busca” (S. Juan 4:23 Nácar-Colunga).

Escuchemos también al apóstol San Pablo, hablando acerca de las imágenes:

“no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro, o a la plata, o a la piedra, obra del arte y del pensamiento humano. Dios, disimulando los tiempos de la ignorancia, intima ahora en todas partes a los hombres que todos se arrepientan” (Hechos de los Apóstoles 17:29-30 Nácar-Colunga).

¿De qué arrepentirse sino del uso de imágenes? Dios no es semejante a ellas, ni puede ser representado por “obra de arte”, dice el apóstol, en su doctrina apostólica. ¡He aquí la tozudez y obstinación del ser humano, que se aferra a su tradición porque le gusta, a pesar de que Dios claramente condena el uso de imágenes y demanda que los hombres se arrepientan! ¿Es usted una persona arrepentida, o un defensor obstinado de sus tradiciones, en contra de la Sagrada Palabra de Dios? ¿Ha utilizado usted alguna vez una imagen para algún motivo religioso: adoración, veneración, o como accesorio o ayuda en ello? ¿Se inclinó en alguna ocasión ante una figura, le rezó, o la besó? ¿Tiene alguna imagen o figura en estampa, o crucifijo en su casa o lugar de trabajo, o “sagrado corazón” en su puerta? ¿Es usted inocente o culpable de la idolatría? Quizás sea el principal pecado de las personas religiosas, y les cuesta reconocerlo como pecado ya que lo tienen tan arraigado en su corazón. Si ha hecho o hace cualquiera de estas cosas, entonces usted ha roto la Ley de Dios, no ha guardado los Diez Mandamientos sino que es condenado por ellos, como culpable de idolatría. No vale el tratar de excusarse, diciendo que muchos lo hacen, porque como dice el refrán: “mal de muchos, consuelo de tontos”.

¿Y qué del pecado de avaricia: vivir para el dinero y su poder adquisitivo? Es otra clase de idolatría, y es un pecado que aun los pobres cometen, porque uno no tiene que ser rico para amar el dinero y estar obsesionado con ganar dinero, adquirir y poseer cosas. El Señor Jesucristo declaró: “Mirad de guardaros de toda avaricia, porque, aunque se tenga mucho, no está la vida en la hacienda” (S. Lucas 12:15 Nácar-Colunga). El apóstol San Pablo declara que la avaricia es idolatría (Epístola a los Colosenses 3:5). Luego, ¿es usted rico? ¿Y abandonaría sus riquezas por Jesucristo? Si no, entonces su dinero o sus bienes ocupan el lugar de un ídolo en su corazón. Si dice que sí, que lo dejaría, sepa que la prueba está en hacerlo, no en decirlo. En el Evangelio según S. Marcos 10:17-25, puede leer acerca de un hombre rico que quería seguir a Jesús, y que pensaba que había guardado todos los mandamientos desde su juventud. Pero el Señor Jesucristo le enseñó cómo él había roto los mandamientos, porque le enseñó su avaricia con estas palabras: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz” (versículo 21). El siguiente versículo dice: “Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. Había ido corriendo al Señor, en busca de vida eterna, pero cuando el Señor puso el dedo en el ídolo del materialismo, a ese joven rico se le vio el plumero, que no quería dejarlo todo y seguir a Cristo, aunque el Señor le prometió tesoros en el cielo, ¡que son mejores! Y si usted es como ese hombre, también es avaro y culpable de romper la Ley de Dios.

Hay otros ídolos invisibles, que caben en el corazón. Unos aman el deporte o el ocio por encima de todo. ¿Dios antes que el fútbol? Esto es idolatría. Otros viven para divertirse de otros maneras, pero a fin de cuentas es hedonismo, el vivir para los placeres, lo cual es idolatría. Algunos aman a una persona más que a Dios, y si tuviesen que poner a Dios primero y sufrir pérdida de esa relación humana, prefieren dejar a Dios en segundo lugar. La familia es buena, pero algunos la hacen su dios. Sean estas cosas o el uso de las imágenes religiosas, si usted está involucrado en algo de todo esto, ha roto el segundo mandamiento. ¡Culpable!

3. No tomarás el nombre de Dios en vano.

Es el peor de los pecados de la lengua, aunque no es el único de ellos. El tercer mandamiento dice claramente: “No tomarás en falso el nombre de Yavé, tu Dios, porque no dejará Yavé sin castigo al que tome en falso su nombre” (Éxodo 20:7 Nácar-Colunga). Dios advierte que no tendrá por inocente al que toma Su nombre en vano. Hay muy pocos pecados que enseñan más claramente lo depravado que es el corazón humano, y la podredumbre que yace allí. La vileza del ser humano se pone a flor de piel cuando el hombre abre su boca y abusa del nombre del Dios Santo, Justo, Perfecto, Bueno, Alto y Sublime. El nombre de Dios, que es bello y admirable, fuente de consuelo y esperanza para los que le aman, y debería ser invocado en adoración e intercesión, es atropellado y ensuciado cada día, tanto por personas que dicen que creen en Él, como por las que no creen. ¡Qué absurdo, blasfemar el nombre de un Dios que uno no cree que existe, pero se hace a menudo! Toman ese Nombre sublime, el cual Jesucristo enseña que debemos decir: “santificado sea tu nombre” (S. Mateo 6:9), y lo acoplan a lo más sucio y asqueroso que surge de la mente humana. ¡El nombre que los ángeles susurran, cantan y adoran, los pecadores lo usan para desahogar su ira y frustración! ¿Ha dicho usted alguna vez una palabrota, una palabra soez? ¿Siquiera una vez aunque haya sido en voz baja? o quizás solamente la pensó, pero estaba en su mente. ¿Sabe lo malo y abominable que es asociar el nombre de Dios o cosas asociadas con Dios, con algo feo, sucio o malo? ¿Usted diría que hace sus necesidades en su padre o en su madre? ¡Claro que no! ¿Y le gustaría que otros hablasen así de su madre? ¡Claro que no! Entonces, ¡todavía peor decir algo así con el nombre de Dios! ¿Lo ha dicho o pensado, aunque sea una palabrota disimulada, como “ostras” en lugar de “hostia”, o “me cachis” en lugar de “me c…”, o “me cachis en diez” en lugar de “…en Dios”, o “mariquita” en lugar de “mari…”? ¿Ha mencionado el nombre de Dios en un momento de frustración, ira o rabia? ¿Ha jurado o exclamado “por Dios” acerca de algo? Salmo 139:19-20 dice así: “De cierto, oh Dios, harás morir al impío; apartaos, pues, de mí, hombres sanguinarios. Porque blasfemias dicen ellos contra ti; tus enemigos toman en vano tu nombre”. Algunos responden: “oh, sólo es una expresión, no quiere decir nada”, pero esta excusa no vale. Si no quiere decir nada, entonces, todavía más es “en vano” que hable así. Y el Señor Jesucristo afirmó: “Y yo os digo que de toda palabra ociosa que hablaren los hombres, habrán de dar cuenta el día del juicio” (S. Mateo 12:36 Nácar-Colunga). Las blasfemias y palabrotas no tienen disculpa, pero sí, tienen juicio y son punibles. ¿Ha tomado el nombre de Dios en vano? Entonces, ¡culpable!, y rota la Ley.

4. Mas el séptimo día es reposo para tu Dios; no harás obra alguna.

Alguien dirá: “Pero, yo creía que eso era para los judíos”. Lo es, y se ve claramente en Éxodo 31:12-17, donde Dios afirma: “Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel”. El día de reposo viene reflejado en el cuarto mandamiento, y es el único de los Diez que no se repite en el Nuevo Testamento. Es una señal entre Dios y el pueblo de Israel. Pero, si uno quiere cumplir la Ley, buscando así ser justificado ante Dios, Gálatas 5:3-4 dice que está obligado a guardar toda la Ley. No se puede escoger, ni dividir la Ley en partes y guardar una parte, porque es una unidad, una entidad, no un “autoservicio” de mandamientos a elegir cada uno a gusto suyo. No se puede escoger, así que, puestos a guardar los Diez Mandamientos para ir al cielo, habría que guardar también este mandamiento. Entonces, veamos, ¿ha trabajado usted algún sábado? O si lo prefiere de otra manera, digamos el domingo, para los que alegan que es el “día de reposo” de los cristianos. ¿Ha trabajado usted alguna vez en tal día, o lo ha utilizado para hacer algo que no fuera descansar y adorar a Dios, aunque haya sido solamente una vez? ¿Ha mirado cosas mundanas en el día de reposo, en lugar de la Palabra de Dios: la tele o el vídeo, el periódico, novelas, cómics, etc.? ¿Se levanta tarde, a media mañana, va al kiosco, compra un periódico, vuelve a casa, lo lee, mira el telediario, come, sale a pasear o visitar a los amigos, y así pasa todo el día sin leer la Palabra de Dios, sin buscarle, sin adorarle, sin aprender nada acerca de Él? Entonces, su “reposo” es egoísta, no espiritual, y no difiere en nada del reposo de los que no creen en Dios.

¿Ha usado el día de reposo para deportes, bailes y juergas, o para dormir todo el día porque se emborrachó o trasnochó en juergas el día anterior? ¿Ha sido capaz de ignorar a Dios todo un día de reposo, entreteniéndose con todo y cualquier cosa menos Dios? Entonces, ya sabe la sentencia: ¡culpable!

5. Honra a tu padre y a tu madre.

Dios estableció la autoridad y responsabilidad de los padres, y es Dios quien demanda que los hijos sean respetuosos y obedientes hacia sus padres. ¡Sea honesto! ¿Es o fue usted un niño sin reproche alguno? ¿Desobedeció a sus padres siquiera una sola vez? ¡Más bien sería muchísimas veces! ¿Verdad? No busque refugio diciendo que todos los niños desobedecen y deshonran, que no es nada más que cosa normal de niños, una fase del desarrollo. Recuerde: “mal de muchos…” Además, si es una fase del desarrollo, bien se puede decir que es el desarrollo del pecado, la voluntad rebelde que no quiere sujetarse, que planta cara a los padres y dice “¡no!”. ¿Ve que los niños no son ángeles ni inocentes? Al contrario, nacen pecadores, y no tardan mucho en ponerlo de manifiesto. Piense en su propia vida. ¿Ni tan siquiera hizo un gesto enfadado, ni tuvo un mal pensamiento hacia su madre o su padre? Aunque lo disimulara, da igual, el pecado estaba ahí. El mandamiento divino está claro: “Honra a tu padre y a tu madre”, y se repite en el Nuevo Testamento (Efesios 6:1). No hay que honrar a uno de ellos, al que más le guste o que más le deje hacer lo que quiere, sino a los dos. Verdad es, que muchos hijos tienen más cuidado en cuanto a cómo hablan y responden a su padre, pero no dan el mismo honor a su madre. Esto es pecado.

¿Nunca ha mentido o engañado a sus padres? Claro que sí, y no diga que fue una inocentada, porque Dios dice que es pecado. Eso también es faltarles la honra que Dios demanda. Y lo mismo se puede decir acerca de los hijos que tratan de manipular a los padres, para salirse con la suya. Si su padre le había dicho que no podía hacer algo, ¿fue luego usted a preguntar a su madre aparte, sin mencionar lo que su padre le había dicho, buscando que ella le diera permiso? Esto es deshonesto, y es deshonrar. ¿Ha hablado con su madre usando palabras, tonos o expresiones que no usaría con su padre, o ha discutido con su madre de manera que no haría con su padre, llevándole la contraria, alzando la voz? Repito, la Biblia dice: “Honra a tu padre y a tu madre”. ¿No habrá dicho “vete perdido”, “déjame en paz”, o algo parecido a los padres, o desafiado diciéndoles que no iba a obedecer? ¿No ha discutido enfadado y sin respeto? ¿No ha hecho muecas o gestos obscenos a sus padres a sus espaldas? ¿No ha dicho a otros que sus padres son tontos, estúpidos, raros, pasados de rosca, retrasados, etcétera, etcétera? ¿No los ha llamado: “mis viejos” u otros nombres de forma despectiva? ¿Les ha amenazado con denuncias si le castigan? El hecho de que en escuelas públicas les enseñan a los niños a denunciar a sus padres es índice de perdición para una sociedad que exalta sus “derechos personales” por encima de la Ley de Dios. Si usted ha enseñado a los jóvenes a denunciar a sus padres, o si usted ha denunciado a los suyos porque le han corregido, ha quebrantado la Ley de Dios. ¿Siempre actuó tal y como sus padres exigieron, al 100 por cien sin ninguna queja, como un hijo perfecto? Si no es así, entonces, ¡culpable! Ha roto los Diez Mandamientos en el quinto. Recordemos que la santa Ley de Dios es una entidad, como una cadena, o un plato, de modo que si la rompemos en una parte, luego queda rota por nosotros. Y estamos a mitad de la ley, con que quedan otros cinco mandamientos a considerar.

 

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