?Al Cielo Por Los Diez Mandamientos?-Capitulo 3

By: Carlos Tomas Knott; ©2000
The second five commandments emphasize our responsibility toward others. While the Law highlights our sinful condition, it also teaches us about how far reaching God’s righteousness is. Those who are ignorant of the righteousness of God practice religion and hope everything will be okay because it makes them feel good about themselves. But we cannot ignore the righteousness of God while trying to establish our own righteousness, for we are all sinners. The ten commandments are God’s way of showing what an impossible mission that is. Sacraments and ceremonies do nothing to alter our desperate condition. We need a Savior!

Contents

¿Al Cielo Por Los Diez Mandamientos?-Capítulo 3

En el artículo anterior consideramos los primeros cinco mandamientos, y parte de lo que significaría cumplirlos. Ahora miraremos los otros cinco, recordando que la Ley de Dios es como una cadena de diez eslabones, es una entidad que se guarda o se rompe totalmente, y si se rompe, es para la perdición del que es culpable.

6. No matarás.

Muchos afirmarían sin duda alguna que en esto sí que son totalmente inocentes, ¿verdad? Veamos a ver si realmente es así, porque existe más de una forma de matar. El Señor Jesucristo dijo que si uno se aíra contra su hermano sin causa, o si se es violento y temperamental, se da origen en potencia al homicidio, o al asesinato. Observe lo que S. Mateo 5:21-22, Nácar-Colunga, dice al respecto:

“Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el que matare será reo de juicio. Pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio; el que le dijera “raca” será reo ante el sanedrín y el que le dijere “loco” será reo de la gehenna del fuego”.

Entonces, según la enseñanza de Cristo, que es definitiva y autoritativa, este mandamiento, “no matarás”, incluye palabras fuera de tono e insultos, sin que haga falta mencionarse el asesinato físico.

Como bien ha sido dicho, el odio y la ira del hombre son las semillas del homicidio. ¿Se ha enfadado usted con alguien y le ha dicho que se vaya perdido, o aun sin decirlo ha deseado que desapareciera esa persona? ¿Ha dicho acerca de alguien: “¡si le pillo, le mato!” o algo parecido? ¿Ha dicho alguna vez: “¡que te parta un rayo!”? Esta ira y este desprecio son violaciones del sexto mandamiento. ¿Dice: “¡Todos lo hacen!”, para disculparse? La respuesta es sencillamente: si todos lo hacen, todos pecan y rompen la Ley de Dios.

Pero algunos no pueden limitarse a esto, porque sí, han matado, han tomado la vida de otra persona. Como el primer homicida, Caín, que mató a su hermano, derramando su sangre, la triste historia se ha repetido muchas veces. Una discusión, una subida de ira, intercambio de insultos y amenazas, y la situación llega al momento crítico cuando salta la ira en sobremanera, y en un instante el crimen toma lugar. Veloz como un rayo, se desborda la ira del hombre, el golpe es dado, el gatillo es asestado, el cuchillo es clavado, y ya no hay vuelta atrás. Dios habló a “Caín, que era del maligno y mató a su hermano” (1 Juan 3:12), y le dijo: “la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Génesis 4:10). Pero el Nuevo Testamento añade: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Juan 3:15). El odio es la semilla del homicidio. ¿Ha deseado alguna vez la muerte de alguien, quizás en secreto, en privado, en su corazón sin decirlo a nadie? Dios lo sabe, y sabe que ha roto la Ley en el sexto mandamiento. ¡Culpable!

Otros han sido homicidas de forma indirecta. Es decir, han ocasionado la muerte de alguien sin ensuciarse las manos. Dan la orden, para que lo hagan otros, pero también son culpables quienes dan la orden. Los que venden droga, aunque no hayan tocado a nadie, han provocado la muerte de muchas personas. Por ejemplo, un hombre religioso estaba detenido en la cárcel en nuestra ciudad, acusado de traficar en heroína. Profesó haberlo hecho solamente para ganar dinero, y que nunca había usado droga él mismo, ni hecho daño a nadie. Pero fue instrumento para arruinar y quitar la vida de otras personas. Fue homicida pasivo.

Hoy en día, más que nunca, atestiguamos de otro homicidio, el holocausto silencioso del aborto provocado, por madres privadas de afecto natural que insisten que tienen el derecho de matar. Si lo que sufrieron los judíos en el holocausto de la segunda guerra mundial fue terrible, ¡cuánto más un niño matado en el vientre de su madre, o arrancado vivo de allí, ahogado y tirado en la basura! El lugar donde tendría que estar más seguro y tranquilo, la matriz, se convierte en cámara de muerte despiadada. A menudo es fruto de una generación que quiere el placer del sexo sin las consecuencias y la responsabilidad. Algunos anticonceptivos en muchos casos provocan abortos en la primera fase de la concepción, cuando ya ha sido concebida una vida, y matar es quitar la vida.

A veces personas religiosas matan, o bien en las llamadas: “guerras santas”, como por ejemplo, las cruzadas de la Iglesia Católica Romana para matar a los musulmanes y controlar la “tierra santa”. Otro ejemplo sería la guerra santa que los musulmanes proclaman contra países occidentales. La llamada “Santa Inquisición” no fue nada más que homicidio masivo, mandado y aprobado por el “Santo Padre” y el “Santo Oficio”, los cuales no tenían nada de santo, ni mucho menos gozaban de infalibilidad. El día de San Bartolomé se hizo famoso en Francia por la matanza de los “protestantes”, no por individuos, ni milicias privadas, sino organizado y promovido por la misma Iglesia Católica Romana. Miles fueron torturados y “ajusticiados” o “relajados” —eufemismos por “matados”— por los fieles siervos y devotos de la Iglesia Católica Romana, durante aquellos terribles años. Los “autos de fe” y la hoguera quedaron grabados en la historia de España a través del arte de personas como Goya y otros que vivieron mucho antes. Es verdad que algunos “protestantes” también mataron a católicos, a anabaptistas, y otros, pero esto no limpia la Iglesia Romana de la sangre que mancha sus manos y sus vestiduras. No matarás queda grabado en la Ley, y el homicidio no puede ser consagrado porque un «Papa» lo mandó. Habría que plantearse, pero muy seriamente, cómo puede uno participar en una Iglesia que trafica en “almas de hombres” (Apocalipsis 18:13) y “en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra” (Apocalipsis 18:24). San Juan apóstol dijo: “Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús” (Apocalipsis 17:6). Disculparla como si fuese un mero patinazo de ignorancia en la historia, decir que no es nada más que una pequeña arruga en la historia y que exageramos la estadística, es mostrar una falta de tristeza y arrepentimiento. Aunque fuera exagerada la cifra, ¿es más buena la Iglesia porque solamente mató a miles en lugar de decenas de miles? ¿Sería un hombre menos homicida si matara a mil personas en lugar de diez mil? Está claro que es una forma inválida de razonar y escabullirse. Quien comulga en una “iglesia” así, comulga con un homicida y participa en su culpa.

¿Ha sido testigo de situaciones en las cuales encontrándose alguien en dificultades, usted ha preferido no complicarse la vida? Hacerse el ciego, el sordo o el despistado, y así dejar morir a otro, es homicidio pasivo. Luego hay el homicidio más egoísta que nunca: el suicidio. Dios es quien fija los límites de la vida, pero el hombre, insistiendo que no quiere aguantar más, no quiere sufrir más, etc., decide tomar su vida como la última escapatoria, pensando encontrar alivio. Pero después de cerrar los ojos y suspirar por última vez, irá al encuentro del Dios que ha dicho: “no matarás”.

En la Epístola de San Pablo a los Romanos, leemos lo siguiente acerca de los hechos pecaminosos de los seres humanos: “quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican” (Romanos 1:32). Esto hace referencia a un punto que muchos ignoran, quizás entre ellos, usted: el pecado vicario. ¿Qué es esto? Vicario se dice de algo que tiene las veces, poderes o facultades de otro, o le sustituye. Alguien que actúa en lugar de otro es vicario. El pecado vicario, entonces, es el pecado disfrutado a través de un sustituto. Otro peca, y usted le observa para distraerse. ¿Ha mirado algún homicidio en el televisor o el cine, y así se ha divertido sin mancharse las manos con sangre?

Estimado lector, recuerde, los que han hecho cualquiera de estas cosas, u otras parecidas, son culpables de romper el sexto mandamiento. ¡Culpables!

7. No adulterarás.

El mundo habla de la revolución sexual, pero esto es un mito. ¿Cree usted que la moralidad es una cosa relativa? Un día se va a llevar una sorpresa grande y amarga, porque Dios afirma que es algo absoluto. No es cuestión de lo que su profesor de ética le haya dicho, porque su profesor no le va a acompañar como abogado o consejero ante el tribunal de Dios. Hay personas que afirman que no son adúlteras, pero quizás lo afirman demasiado rápido. Una vez una viejecita comentaba con indignación: “¿Cómo piensa usted que una mujer vieja y beata como yo puede ser culpable de pecados como adulterio y cosas así? ¡Por favor! ¿Qué puedo hacer yo? Lo decía como si fuera una ocurrencia absurda que alguien pensara que ella sería capaz de romper este mandamiento. Pero la respuesta fue ésta: “¿Nunca tuvo usted 18 ó 20 años?” Su semblante cambió y ella se calló. Dios todavía se acuerda de las obras de la juventud, pues todo está escrito en Sus libros de obras. Pero si se dijera toda la verdad, hay personas mayores, casadas, viudas y viejas que son culpables de hechos inmorales. Se recrean leyendo novelas, viendo películas e imaginándose en esas situaciones, soñándolo en privado, sin que nadie vea la pantalla de su mente. Pero Dios la ve, y sabe que es adulterio en el corazón.

¿Usted ha cometido alguna vez actos promiscuos? ¿Se ha vestido provocativamente, o ha tonteado con otros para provocarlos? ¿Ha toqueteado a alguien que no sea su cónyuge, aunque sólo haya sido una vez para flirtear, o quizás con los ojos, o dejando correr su imaginación un poquito, disfrutándolo? ¿Ha usado los ojos, parpadeando o mirando descaradamente, para atraer la atención o provocar, o para encenderse en pasión? El Señor Jesucristo dice que el desear así a una persona es adulterio: “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (S. Mateo 5:27-28, Nácar-Colunga). Lo mismo se puede decir acerca de chicas o mujeres que miran a chicos u hombres y los desean. La sociedad no ve nada malo en ello, pero la sociedad no es Dios, y Dios lo condena. ¿Ha sido infiel con su cónyuge, aunque haya sido una sola vez y nadie haya llegado a saberlo? Dios lo sabe. Aunque solamente fuera en los deseos y pensamientos, esto demuestra que en su corazón usted es pecaminoso y rompe la Ley de Dios en sus pensamientos.

¿Se ha casado, quizás, con una persona divorciada, incurriendo así en adulterio según S. Mateo 5:32? ¿O se ha divorciado en contra de Mateo 5:32, ocasionando el adulterio? La Iglesia Católica Romana tiene su manera de circunnavegar este mandamiento, y permitir a la gente romperlo. Se llama “anulación”. Es un truco filosófico a través del cual alegan que, aunque la Iglesia les casó en el sacramento del santo matrimo­nio, y les bendijo, realmente el matrimonio nunca llego a existir en el corazón de las dos personas, así que la Iglesia anula el matrimonio. Esta forma de hablar le permite decir que no es un divorcio, y por eso no adulteran, porque nunca estuvieron casados. Entonces, si no estaban casados, son fornicarios, y los que los unieron en nombre de Dios y de la Iglesia, como un sacramento, son hallados mentirosos y engañadores. Córtenlo como quieran, la Ley de Dios queda rota.

¿Se permite el “lujo” de la fantasía erótica? ¿Ha usado la línea erótica? ¿Usa palabrotas que hacen referencia a hechos de inmoralidad? Ha usado los ojos que Dios le dio para mirar fotos o dibujos de personas cometiendo actos inmorales? ¿Ha ojeado alguna vez revistas, calendarios, o cualquier otra cosa con mujeres u hombres desnudos, que es pornografía? ¿Ha leído novelas o artículos sensuales y provocativos? ¿Ha visto películas o vídeos pornográficos? ¿Ha contado o escuchado chistes verdes; ha encontrado alguna gracia y se ha reído de ellos? Proverbios 14:9 dice: “Los necios se burlan del pecado” (Nácar-Colunga). Aunque usted no haya cometido ningún hecho de adulterio, ¿lo habrá mirado en la tele, o el cine, usándolo para divertirse? Recuerde el texto de Romanos 1:32 acerca del pecado vicario, el pecado disfrutado a través de otros. Quien haya cometido cualquiera de estas cosas es culpable de adulterio, y de romper la Ley de Dios en el séptimo mandamiento. ¡Culpable!

8. No robarás.

Es otro eslabón de los Diez Mandamientos que a menudo se rompe. Antes de afirmar “yo no robo”, recuerde que esto también es en el sentido absoluto. No piense solamente en atracos, porque el mandamiento divino va mucho más allá. No se puede robar nada, ni siquiera una vez, por poca cosa que sea. Aunque haya sido tomar sólo un bolígrafo de la oficina, un trozo de tiza del colegio, unos clavos del taller de trabajo, un poco de pintura o pegamento, o cualquier cosa. Hay personas que afirman que no han robado, simplemente porque ellas no lo definen como Dios. Se montan su propia definición para después declararse inocentes, pero esto no tendrá valor en la presencia de Dios. Hay personas que roban tiempo de otros, defraudando así. ¿Llegó tarde al trabajo en alguna ocasión, o abusó del tiempo de descanso en el trabajo? ¿Puso más horas de las que trabajó en su hoja de trabajo? ¿Ha usado el teléfono de alguien sin permiso? ¿Ha intentado viajar en autobús o tren sin billete? ¿Ha sido usted siempre honesto en su declaración de renta, pagando todo lo que debía? Si tiene un negocio, ¿ha empleado dos juegos de libros, doble contabilidad? ¿Ha trabajado sin contrato correcto y legal, o sin pagar seguridad social? ¿Ha pagado los impuesto en las compras, o en lugar de esto ha arreglado una compra sin factura, para no tener que pagarlos? ¿Ha estado cobrando el paro o una pensión del gobierno, y luego se ha ido a trabajar clandestinamente? ¿Ha puesto suficiente dinero en sellos/timbres al enviar sus cartas por correos? ¿Intentó en alguna ocasión pasar la aduana con algo escondido en el coche o la maleta, sin declarar honesta y abiertamente todos los objetos comprados? ¿Ha hecho copias de cintas de música, o de programas o juegos de ordenador, o ha aceptado semejantes copias para su uso personal? Todo esto es robar. Si ha hecho cualquier cosa de estas, ¡Culpable!

9. No mentirás.

Más precisamente: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”. Es un pecado particularmente reprochable, por cuanto fue a través de la mentira que el diablo engañó a Eva en Edén, induciéndole a pecar, diciéndole: “no, no moriréis” (Génesis 3:4 Nácar­Colunga). Dios es verdad, y veraz, y la mentira le es una afrenta. El Señor Jesucristo clasificó a Satanás: “mentiroso y padre de la mentira” (S. Juan 8:44 Nácar-Colunga). De modo que no existe ninguna mentira piadosa. No se trata solamente de un testimonio dado en un juicio ante un juez, sino de todo uso de la boca para falsificar. Aun el hecho de chismear puede ser falso testimonio, y cuando arruina el buen nombre o la reputación de otro, también es robar. ¿Dice siempre la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? ¿Se ha puesto alguna vez a criticar a los demás, poniendo trajes a todos, y diciendo cosas que no puede asegurar que son ciertas? ¿Ha escuchado algún rumor acerca de alguien, y lo ha repetido después a otros? ¿Ha exagerado los detalles de algo que contaba a otra persona? ¿Ha chismeado o escuchado a otros hacerlo? ¿Ha pedido un día de fiesta en el trabajo para hacer un puente, diciendo que era para asuntos personales o cuestiones familiares? ¿Ha llegado a llamar por teléfono a su trabajo diciendo que estaba enfermo cuando realmente no era así? ¿Ha fingido estar enfermo para evitar un examen en la escuela? ¿Ha mentido al decir su edad o peso?

¿Ha rezado el PadreNuestro sin nacer de nuevo? Entonces Dios no es su padre, y ha mentido. ¿Ha copiado en un examen o ha usado chuletas? ¿Ha intentado impresionar a los demás con la forma de vestir, tiñendo su pelo de un color que no es su color natural, o llevando ropa que exagera su figura y da impresiones falsas? ¿Ha ocultado la verdad en cuanto a sus finanzas cuando declara la renta? ¿Ha tratado de engañar al gobierno, viviendo con una persona pero declarándose soltero o viudo, para que los dos puedan cobrar la pensión o los beneficios del gobierno? ¿No ha dicho nunca una mentirijilla, una de esas que las llaman “piadosas”? (¡aunque son diabólicas en origen!) ¿No ha dicho nunca una verdad a medias, que a más de ser media verdad es media mentira? ¿No ha tratado de engañar o decepcionar a nadie? ¿No ha dicho: “se me olvidó” para librarse de culpa, cuando en realidad no se le olvidó? ¿No ha dicho a un cliente: “el camión no ha llegado” cuando en realidad ni siquiera ha hecho el pedido que tenía que hacer? ¿No ha dicho: “no tengo dinero” cuando lo tenía pero no quería gastarlo? ¿Nunca se ha hecho el sordo o despistado, cuando realmente ha oído o visto a la persona?

Los políticos a menudo han hecho promesas que no tienen ninguna intención de cumplir, y afirmaciones que claramente sabían que no eran así, y todo para ganar la elección y hacerse con el título, la fama, el poder y el salario. ¡Qué poca vergüenza tienen! Dios no miente, y no da permiso para mentir, antes al contrario, Su mandamiento es: “no mentirás”. Si ha hecho algo de todo esto, otra vez ha roto la Ley de Dios, los Diez Mandamientos, en el noveno mandamiento. ¡Otro eslabón roto y otra vez desaparece la esperanza de llegar al cielo por medio de los mandamientos! ¡Culpable!

10. No codiciarás.

Este mandamiento es cometido muchas veces en lo secreto de la mente. Alguien ha dicho que de todos los pecados, es el menos confesado, y sin embargo, el que todos cometen. Aun el apóstol Pablo admitió que había cometido este pecado (ver Romanos 7:7-8). Es el pecado de los pensamientos, se puede practicar de forma oculta, y en cualquier lugar. Es el pecado de la actitud de no estar contento, sino de querer más, y desear lo que tienen otros. Es debatible si es cometido más en países ricos o pobres, porque los ricos quizás ven más cosas que codiciar, pero los pobres codician a toda hora la vida y las posesiones de los ricos. Los pobres critican a los ricos, pero luego codician su forma de vivir y sus posesiones, así que además de codiciosos, hipócritas. La codicia no es el materialismo de hecho, sino de deseo, en espíritu. El presidente de una multinacional, y el hombre que no tiene más que una manta sucia, que duerme en la calle, ambos pueden codiciar. La mujer que lava la ropa a mano en un arroyo, y la que vive en un chalet de lujo en la capital, ambas pueden ser codiciosas.

La codicia es el pecado de amar al mundo y las cosas que están en el mundo, y quienes aman al mundo así, no tienen el amor del Padre en ellos, por religiosos que sean (1 Juan 2:15-17). ¡Fíjese hasta dónde se puede llegar! Alguien puede estar sentado en una capilla o templo, supuestamente adorando o pensando en las cosas de Dios, ¡y ahí mismo estar codiciando algo que tiene la persona a su lado! ¿Nunca ha mirado un catálogo de un centro comercial o gran almacén, y deseado algo que no necesita? Los comerciantes son expertos en suscitar en nosotros la codicia, porque yace en nosotros, y ellos saben provocarlo. ¿Nunca ha envidiado el dinero, la casa, la popularidad o la posición de otra persona? Dicen que la envidia es el pasatiempo nacional, y casi nadie lo discute, al contrario, ¡casi parece ser un deporte! ¿No ha codiciado nunca la mujer de otro, o el marido de otra? ¿No ha deseado para sí las habilidades y talentos de otras personas? ¿O la ropa de otros? ¿O los electrodomésticos de otros? ¿O el trabajo de otros? ¿O el sueldo de otros? ¿O el reconocimiento de otros? ¿O el oficio de otros? ¿O la suerte de otros? ¿O el cuerpo o pelo de otros? Todas estas cosas y otras semejantes son brotes del pecado de codicia, y rompen los Diez Mandamientos.

Alguno dirá: “¿qué más da?”, protestando que a su parecer, codiciar no hace daño a nadie, así que, ¿para qué criticar y denunciarlo tanto? A ellos les parece un mandamiento muy severo, demasiado, y se niegan a confesar la codicia como pecado. Pero esto demuestra la depravación del corazón humano, cuando uno no ve que la codicia es síntoma de un corazón ingrato y descontento. ¡Qué joya más rara es la del contentamiento! Y San Pablo declara: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Timoteo 6:1). Hay quienes profesan piedad en órdenes religiosas, pero sin contentamiento, porque pasan sus vidas deseando las cosas que tienen los que están fuera del convento. O las llevan adentro para tenerlas también en clausura, pero esto no es piedad con contentamiento, sino codicia bajo hábito. La piedad profesada externamente, sin contentamiento interior, es falsa y sin provecho, y puede ser incluso hipocresía. Este mandamiento a no codiciar cosas que no son suyas, descubre y denuncia nuestra insatisfacción y falta de conformidad. ¿Ha codiciado algo, alguna vez? ¿Ha pasado por su cabeza, en algún momento, una codicia? Entonces, ha roto los Diez Mandamientos, y no puede usarlos para ir al cielo, porque le condenan, diciendo: ¡Cul­pable!

Así que, después de repasar los Diez Mandamientos, ¿qué tal le ha ido? ¿Ve que ha cumplido todos los mandamientos perfectamente, durante todo el tiempo que ha durado su vida hasta ahora? Si ha transgredido uno, tan sólo uno, lamento informarle que usted no puede decir que guarda los mandamientos, ni usarlos como esperanza para ir al cielo. No es opinión mía, se lo aseguro, porque la Biblia dice: “Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). Siendo que Dios lo dice así, ¿sabe cuál es Su veredicto acerca de usted? No el mío, porque yo no puedo condenar ni absolver a nadie; soy solamente un mensajero. ¿Habrá adivinado cuál es el veredicto divino acerca de usted? ¡Culpable!

Pero, ¿sabía Ud. que hay alguien que NUNCA ha roto la Ley, sino que la ha guardado perfectamente de hecho y en verdad? Sí, y Él es quien ofrece responder por nosotros y asegurar que vayamos al cielo. En el próximo número consideramos a esta bellísima Persona, el Inmaculado, y la ayuda que nos brinda como Nuestro Señor de Perpetuo Socorro.

 

Contents
Read Part 2
Read Part 4

Leave a Comment