Predicar El Evangelio a Los Católico-Romanos/Parte 5

By: Carlos Tomás Knott; ©1999
Predicamos el evangelio a todos, incluso a los católico-romanos, porque contiene muchas buenas nuevas que alegran el alma, y dan consuelo y ánimo.

El Camino Abierto Al Padre

Predicamos el evangelio a todos, incluso a los católico-romanos, porque contiene muchas buenas nuevas que alegran el alma, y dan consuelo y ánimo. Son cosas desconocidas o no entendidas por los que andan en el laberinto del catolicismo u otras religiones humanas, que basándose sobre las obras y los esfuerzos de los seres humanos, nunca puede ofrecer en esta vida el perdón completo y una relación eternamente segura con Dios. Pero, he aquí una verdad maravillosa, que en el Señor Jesucristo ya tenemos el camino abierto al Padre.

Ciertamente es algo nuevo, porque es resultado o beneficio del Nuevo Pacto. El acceso personal a Dios no era exactamente un rasgo del sistema levítico del Antiguo Testamento. Cuando Dios instituyó el tabernáculo y el sacerdocio levítico, quedó claro desde el principio que el pueblo no podía entrar en la presencia de Dios. Cuando Dios se manifestó sobre el monte Sinaí, dio órdenes a Moisés para cercar la montaña para que ni siquiera un animal entrara en ella, para que no muriera. El pueblo se quedó al pie de la montaña que temblaba y humeaba como un gran horno. La voz que sonaba era como trompeta, llamando a Moisés a subir. Los demás se quedaron lejos, y de buena gana, puesto que lo que se veía era tan terrible que Moisés mismo confesaba que estaba espantado (Hebreos 12:18-21). Luego, cuando edificaron el tabernáculo, la cortina blanca que lo cercaba impidió no sólo la vista sino también el acceso. Sólo había una puerta para acceder a los atrios de Dios. Casi nadie entró más allá de los atrios. Solamente unos levitas podían entrar en la tienda de reunión, y sólo en el Lugar Santo. En el Lugar Santísimo, donde estaba el arca del testimonio, el propiciatorio, los querubines de oro, y la nube gloriosa de la presencia divina, sólo el Sumo Sacerdote podía entrar un día al año. El acceso a Dios estaba restringido y estrictamente controlado. También fue así en el Templo de Salomón. Todo esto comunica algo que el escritor inspirado menciona en Hebreos 9:8,

“Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie”.

Entonces, estas palabras, “el camino”, tenían un significado especial para el judío en este contexto, porque sabía que con ellas se trataba del acceso a Dios, de la libertad para entrar con bienvenida a la presencia del Dios Santo, cosa impensable para un judío. Y más para los gentiles, que en el templo en Jerusalén sólo podían entrar en cierta zona de los atrios. El Dios verdadero no admitía al hombre en Su presencia excepto bajo rigurosas condiciones excepcionales.

Todo esto suena familiar al católico devoto, porque el Catolicismo Romano, al imitar y “resucitar” ciertas cosas del judaísmo, ha creado un sistema que no da libre acceso a Dios. El católico sabe que en una iglesia, al entrar, está el agua bendita cerca de la puerta, como la fuente de bronce estuvo dentro de los atrios del tabernáculo y luego del templo. Luego hay cierta zona de la iglesia donde sólo los sacerdotes y los monaguillos pueden ir. En muchas iglesias católicas esta zona está marcada con una valla. Estas cosas, dispuestas así, quieren enseñar al pueblo que el camino no está abierto, que todavía hacen falta sacerdotes, sacrificios, ritos de limpieza y procedimiento especial para acercarse. Y ante lo inaccesible que Dios queda, ¿qué mejor que una constelación de santos y mediadores a los cuales sí nos podemos acercar? Ellos tienen acceso a Dios y nos representarán.

Pero la fe cristiana no es así. No debe calcar ni imitar el sistema levítico del judaísmo del Antiguo Testamento, puesto que en Hebreos estamos viendo una y otra vez que es un sistema que ha quedado abrogado. Dios nos ha dado cosas mucho mejores en el Señor Jesucristo. Otra de las grandes bendiciones que nosotros los creyentes tenemos en el Señor Jesucristo, y por la cual debemos predicar el evangelio a los católico-romanos, es la bendición de acceso directo y personal a la presencia de Dios. No solamente consiente Dios que nos acerquemos, sino que es más, ¡Él nos invita! El escritor nos brinda la idea en el 4:16 al decir: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Es la invitación no escuchada bajo la Ley, “acércate”, y ciertamente sonaba nuevo y casi extraño o peligroso a los oídos hebreos. Es un privilegio nuevo que tenemos los que creemos en el Señor Jesucristo, porque en Él somos de la familia de Dios (Efesios 2:19). Tan nuevo y sorprendente es el privilegio de acceso directo a Dios, que tendrá que mencionarlo varias veces más. En Hebreos 6:19-20 cuando habla del Señor Jesucristo como nuestro precursor, está nombrando de nuevo nuestro acceso a la presencia de Dios, ya no más indirectamente, por mediación de sacerdotes y sacrificios. El texto dice así:

“La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”.

Es otra arruga nueva en nuestra mente. No dice sólo que Jesús entró por nosotros, sino que: “entró por nosotros como precursor”. ¿Y qué hace un precursor? El mediador nos representa, pero el precursor precede, va delante, y nosotros le seguimos a donde está. ¿Dónde está el Señor Jesucristo? En Hebreos 6:19 dice: “dentro del velo”. ¿Qué velo? Aquel velo nombrado en Hebreos 9:3 y 8, que cortaba el camino al Lugar Santísimo, el lugar de la presencia de Dios. El Señor Jesucristo ha entrado allí, como veíamos en el capítulo anterior, y se ha sentado para quedarse allí: “a la diestra de la majestad en las alturas”. Pero aunque esto da mucho en que pensar para un judío, ¡decir que Él es nuestro precursor, todavía más! Él nos espera allí, y como nos ha precedido, y le seguimos, nosotros tenemos entrada a la presencia de Dios, sin otros sacrificios, mediadores ni rituales. Considera el texto de Hebreos 10:19-22.

“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos…”:

Ahora estamos preparados para entender como quizá nunca antes, el significado de las palabras de nuestro Señor en Juan 14:6, cuando declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”. Él nos es el camino al Padre, y nos ha abierto la puerta de acceso. Es una verdad no apreciada y ni siquiera sabida ni creída por muchos de nuestros queridos amigos los católico-romanos. No saben lo que es tener acceso a Dios sin sacramentos, sacrificios, sacerdotes, ritos y rezos. Necesitan toda la jerarquía que la “Madre Iglesia” ha establecido para comunicarse con Dios, y aun así Él queda muy lejos e impersonal. El lema “a Jesús por María” enseña que el pueblo católico piensa que María es más accesible y está más dispuesta a socorrer que su Hijo, ¡y ni hablar de acercarse al Padre! Esto es triste. No conoce la invitación y el camino abierto por Cristo, expresados en las palabra: “acerquémonos”. Ya no hay intermediarios y sacrificios. Ya no hay vallas y velos que impiden el acceso. No oficia ningún sacerdote entre nosotros y el Señor. Puesto que el Señor mismo ha quitado lo que impide, el pecado, no solamente entra Él y se sienta sino que también nos invita a acercarnos. ¡Qué bueno! ¡Qué bendición más grande, impensable durante miles de años, y el Señor Jesucristo lo ha hecho posible con Su sacrificio perfecto y completado! El camino está abierto, acerquémonos. ¿Cómo lo hacemos? Hebreos 7:25 dice: “…los que por él se acercan a Dios”. Por Sus méritos y en base a Su sacrificio que ha quitado de en medio el pecado:

“porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).

Otra vez vemos a la luz de Hebreos cuán grande es el pecado y la presunción del Catolicismo Romano, interponiéndose entre los hombres y Dios, representando mal a Dios y haciendo a las personas perderse en un laberinto de religión que no es autorizada ni aprobada por Dios. Su sistema sacramental y sacerdotal oculta del pueblo la invitación divina: “acerquémonos”. Es como si Roma dijera, en efecto: “¡no tan rápido!¡Qué presumido! ¿Quién te crees entrando así a la presencia de Dios, tú que no eres nadie ni eres digno?” Y con sus sacramentos, sacerdotes, y santos mediadores ella pretende hacer al pueblo el favor de representarle ante Dios. Pero el Dios de la Biblia no quiere ni acepta su mediación. Habiendo acabado con el sistema levítico del Antiguo Testamento, Dios no vuelve a establecer otro en el Nuevo Testamento. Todo se cumple en Cristo crucificado, resucitado y sentado a la diestra del Padre. Él ha quitado los pecados de los que creen en Él, y así es sencillamente que el creyente más humilde es bienvenido a la presencia del Dios Santo y Eterno. Lo que hay que hacer es salir de esta religión que se ha impuesto entre los hombres y Dios, y creer plena y solamente en el Señor Jesucristo, porque Él es: “el camino, y la verdad, y la vida”, y NADIE viene al Padre sino por Él.

Lea Parte 6

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